La ciudad es un contenedor de redes sociales y una trama de intereses que compiten y cooperan y, al hacerlo, redefinen continuamente los marcos, las identidades y hasta los nombres de la ciudad. Las ciudades se realizan a sí mismas en tensión entre las reglas del buen gobierno y las exigencias de vida de la gente. La gobernanza de la ciudad, la ocupación del suelo y el diseño de los espacios, determinan la calidad del ecosistema resultante, la visibilidad de las personas, los colectivos, las clases sociales. La gestión simbólica de la ciudad, la administración de su patrimonio, la disposición de sus infraestructuras culturales, abren o cierran el campo para el activismo cultural de sus habitantes, para la circulación y el contagio cultural, para la inclusión o la segregación de las diversidades. La práctica comunicativa de los poderes urbanos determina cómo se comunican los ciudadanos y cómo se difunden los bienes y valores que la ciudad genera. Por último, la administración de las personas, las políticas sociales de la urbe determinan la dinámica de las inevitables tensiones sociales, el devenir de los movimientos de protesta o resistencia ciudadana frente a los designios del poder económico, que querría emanciparse de la ciudad y sus habitantes.

En todos esos sentidos, la ciudad es un entramado de comunicaciones, un guirigay de discursos que versan sobre lo que se quiere hacer de la ciudad y lo que la ciudad decide ser sin preguntar a nadie.

Si sólo se leen los textos normativos, las órdenes y planes ejecutivos, si no se interpreta el subtexto de lo que las personas hacen, la enmienda que la gente infringe con sus pies al pgu, el uso y abuso que el vecindario hace de la norma, pro domo sua, no se entenderá la ciudad, de dónde viene ni a dónde va.

 

Coord. Pepe Reig-Cruañes (jose.reig@uclm.es, Universidad de Castilla La Mancha) i Fran Sanz-Sánchez (OCOVAL, Oficina de Coordinación de las Obras de Valencia, Ayuntamiento de Valencia, sanzfra@gmail.com)

Publicado: 2022-06-30