Más allá de un simple edificio que permite alojar a una o más personas, la vivienda es una propiedad compleja y multifacética que incluye una variedad de medios y propósitos. La vivienda proporciona orgullo, una base para la familia, una identidad cultural y colectiva, una red, apoyo social y seguridad para las personas que viven allí. También es una base por la cual los miembros de un colectivo están
arraigados en un territorio y una comunidad, pero también les permite protegerse de la comunidad y el territorio. Cada vez más, varios fenómenos debilitan esta relación con la vivienda y los espacios. La reubicación forzosa de los inquilinos para permitir a los desarrolladores transformar el entorno construido, los crecientes problemas de saneamiento de las viviendas que contribuyen a la
exclusión social, el aumento creciente de la renta en ausencia de modos adecuados de regulación, y la discriminación que limita el acceso a la vivienda para ciertas
categorías de individuos son sólo algunos ejemplos. Las personas que sufren estos fenómenos, incluidos los inquilinos, enfrentan procesos de despojo de sus espacios
de vida y vecindarios. Las desigualdades que están incrustadas en estos fenómenos tienen múltiples dimensiones que pueden interactuar entre sí, ya sean políticas, espaciales, económicas o incluso ambientales, y tienen impactos a nivel individual,
familiar, social y territorial. Por lo tanto, el estudio de las desigualdades en la vivienda es un punto de entrada sociológico relevante para comprender qué caracteriza las experiencias sociales contemporáneas, especialmente las urbanas, pero también la cuestión social, es decir, cómo se implementan relaciones sociales desiguales.
Renaud Goyer & Jean-Vincent Bergeron-Gaudin, coord. Àgora
DOI: https://doi.org/10.6035/Kult-ur.2020.7.13
Publicado: 2020-08-07