Cultura, lenguaje y representación / Culture, Language and Representation


García Muñoz, Jesús Eleazar y Barros García, Benamí (2025): La poesía queer rusa. Cultura, Lenguaje y Representación, Vol. XXXVI, 41-60

ISSN 1697-7750 · E-ISSN 2340-4981

DOI: https://doi.org/10.6035/clr.7678

La poesía queer rusa

Russian Queer Poetry

Jesús Eleazar García Muñoz1

Universidad de Granada

https://orcid.org/0009-0003-3342-9145


Benamí Barros García

Universidad de Granada

https://orcid.org/0000-0002-8503-946X


Artículo recibido el / Article received: 2023-09-30

Artículo aceptado el / Article accepted: 2024-06-22

Resumen: El presente trabajo tiene como objetivo examinar la producción poética en la historia de la literatura rusa en clave queer. Para ello se traza un recorrido en torno al concepto queer en el mundo académico occidental y su acogida en el contexto y la literatura rusos, a la vez que se analiza la singular y especialmente complicada coyuntura de lucha entre el poder estatal y el activismo de la sociedad civil por los derechos del colectivo LGTBIQ+. Además, se ofrece una revisión de los y las principales poetas y sus obras. El trabajo pretende ofrecer por primera vez al público hispanohablante una visión alternativa de la literatura rusa, de su poesía y su potencial para contribuir a un debate universal sobre la diversidad de sentimentalidades y existencias queer. De este modo, la poesía queer rusa demuestra que a lo largo del tiempo ha sido y es un arma capaz de burlar los márgenes impuestos por la opresión y al mismo tiempo un lugar seguro donde quien escribe y quien lee pueden mostrarse y encontrarse de manera vulnerable y digna.


Palabras clave: poesía, Rusia, queer, LGTBIQ+, literatura, activismo.


Abstract: This paper aims to examine the Russian poetry from a queer prism. To achieve this objective, it traces the evolution of the queer concept in Western academic discourse and its reception within the Russian context and literature. It also analyzes the intricate and particularly complex struggle between state power and civil society activism for LGTBIQ+ rights. Additionally, the paper provides a comprehensive review of the key poets and their works. This study intends to offer a novel perspective to Spanish-speaking audiences, presenting an alternative view of Russian literature, its poetry, and its potential to contribute to a universal discourse on the diversity of sensibilities and queer existences. In this context, Russian queer poetry emerges as a resilient tool that has historically defied the boundaries imposed by oppression while serving as a secure haven for both writers and readers to express themselves and connect in a vulnerable yet dignified manner.


Key words: Poetry, Russia, queer, LGTBIQ+, literature, activism.


1. INTRODUCCIÓN

La singular coyuntura política y social de Rusia a lo largo de la última década y su abierto rechazo hacia el colectivo LGTBIQ+ han constituido el principal aliciente del presente trabajo. La sorpresa de unos y el extrañamiento de otros ante la posibilidad de que una «literatura queer rusa» pueda existir llevaron, a su vez, a asumir esta tarea como una labor filológica con la que volver a trazar la memoria y obra de artistas relegados injustamente a un segundo plano por razones de un oscurantismo hegemónico.

Desgraciadamente, esta literatura se manifiesta a menudo como un testimonio de la opresión, el silencio y la violencia que hoy siguen persiguiendo a muchas personas por su manera de amar y existir. Sus representantes, sin embargo, se han convertido en símbolos de vulnerabilidad digna e irreverencia dentro de Rusia. Para ampliar el alcance de esos referentes, uno de los principales objetivos que se plantea con este trabajo es el trazado de una historia de esta literatura para ofrecer al público hispanohablante una visión diferente de la literatura rusa y su cultura, y, al mismo tiempo, que estas también hagan su contribución al diálogo mundial de las sentimentalidades y existencias queer. Paralelamente, trabajos como este inciden en destacar el papel de la literatura, y en concreto de la poesía, como canal fundamental por el que los sentimientos humanos discurren entre unas fronteras que se hacen cada vez más difusas. A tal fin, la labor filológica de sostener una memoria literaria crítica se presenta como algo crucial.

A lo largo de estas líneas se presentará una pléyade de representantes de una poesía eminentemente queer y feminista, con el objetivo de proponer un panorama general, una mirada organizada en torno a su existencia. Una existencia para cuya comprensión será crucial abordar su estrecha ligadura a la coyuntura sociopolítica, también a la visión del mundo y al estado de la defensa de los derechos civiles en Rusia. A partir de ahí será interesante observar cómo, hasta qué punto y en qué forma ha podido permear la teorización en torno al concepto de queer en Occidente en el contexto rusohablante, así como el lugar que puede ocupar la creación literaria queer rusa, especialmente la poesía, dentro de la tradición literaria rusa. Los criterios para la selección de autoras, autores y obras han sido las expresiones del deseo y del amor comúnmente rechazados, y a los que la actual legislación rusa tilda de «no tradicionales», sin una correlación necesaria con la presunta sexualidad de su autora o autor, así como la presentación de modelos que subvierten el paradigma hegemónico de las expresiones del sexo y el género.

2. LO QUEER EN EL CONTEXTO RUSO

Paralelamente a la lucha homosexual por los derechos civiles en EE. UU., el enfoque teórico queer pretendió en sus comienzos desmentir supuestos y falsos binarismos heredados sobre la sexualidad y el género apoyándose en las entonces recientes tesis de la sexología, el existencialismo y el posestructuralismo (Barker y Scheele, 2017; Butler, 2007). Con el tiempo, sin embargo, ha llegado a ser esa encrucijada epistémica actual donde corrientes como el feminismo negro (Hooks, 2020; Lorde, 1995; McIntosh, 1990), el pensamiento lesbiano (Rich, 1980; Wittig, 2006) y la experiencia trans (Duval, 2021; Preciado, 2019) confluyen con las teorías sobre la raza de Johnson (2001), Muñoz (1999) o Morgensen (2011); con la teoría marxista, con la que Ahmed (2020) o Edelman (2004) han señalado la influencia del neoliberalismo y el capitalismo en las vidas queer; con la teoría sureña, a través de la que Connell (2020) ha puesto en valor las tradiciones filosóficas del sur global; o con la teoría crip, donde autores como McRuer (2006) han subrayado la dignidad de las personas con diversidad funcional. Este enfoque también ha permitido analizar los productos culturales en clave queer (Sontag, 2018; Halberstam, 2011) y en definitiva retratar lo que en palabras de Crenshaw (2017; 1991; Cho et al., 2013) es un aparato de discriminación que se muestra sistémico, interseccional.

Precisamente la naturaleza de esta discriminación cobra especial importancia en un contexto como el ruso, en el que el discurso oficial ha pretendido y pretende asegurar, inclinar u orientar de forma tan marcada la visión del mundo, la identidad nacional y los valores tradicionales frente a las supuestas desviaciones.

2.1. Estado, ley y activismo político en Rusia

Actualmente, la homofobia se ha convertido en otro estereotipo extremadamente representativo de Rusia en el exterior. La historia de este tipo de discriminación en el país es larga, si bien es, como en la mayoría de los casos, importada, y por supuesto, ligada a la adopción de diferentes políticas a lo largo del tiempo.

Como detalla Kondakov (2008), a lo largo de la historia de Rusia, las prácticas sexuales entre hombres solo fueron reprobadas como un pecado —sodomía— por la ortodoxia, nunca reguladas legalmente. La primera ley que afectaba a tales prácticas fue promulgada durante el reinado de Pedro I (1682-1725) dentro de su política europeizante, situación que continuó hasta una condena específica en 1835, bajo pena de cárcel en Siberia, con Nicolás I. La prohibición no se levantaría hasta la revolución bolchevique de octubre de 1917, junto con otras medidas liberalizadoras, como el derecho al aborto y al divorcio de las mujeres. En 1933, sin embargo, Stalin volvería a criminalizar la homosexualidad, con el pretexto de «proteger a los menores de posibles violaciones por parte de varones adultos» (Chica, 2019: 24). Trabajos previos han profundizado en cómo se abordaron y trataron desde el régimen soviético las relaciones entre el mismo sexo, sobre todo tras la muerte de Stalin. Particularmente destaca la minuciosa investigación con documentos inéditos, archivos públicos y privados llevada a cabo por Alexander (2021) y que explora el cierto conato de aperturismo que se diera en el último periodo soviético ante la creciente sensación de regular la homosexualidad y el deseo entre el mismo sexo, entre otros contextos, en los gulags. La ley en realidad perduraría hasta su despenalización en 1993. La medida se tomó en el contexto de la reestructuración, la apertura al resto del mundo y el paso a un nuevo régimen. Sin embargo. la ausencia de un castigo penal por el hecho de ser homosexual no significó el fin de las actitudes discriminatorias, como señalan Essig (1999) o Kondakov (2022, 2008, 2014b), pero para mucha gente sí significó una nueva esperanza tras años de espera y exigencias.

Veinte años después, el 29 de junio de 2013, se aprobó en la Duma Estatal la enmienda al artículo 5 de la Ley Federal «Sobre la protección de los niños de información que pueda causar daño a su salud y desarrollo» por la que se añadía «y otros actos legislativos de la Federación Rusa con el propósito de proteger a los niños de la información que haga propaganda de la negación de los valores familiares tradicionales» (Nº135-ФЗ). En la práctica, esta enmienda legislativa supuso la prohibición de cualquier representación de valores alejados de los «tradicionales y familiares» para los menores de edad, bajo pena de multa a personas y organizaciones. El discurso estatal de la ley habla de «orientaciones/sexualidades no tradicionales» para referirse en general a «la homosexualidad masculina, el lesbianismo y los asuntos transgénero», con la finalidad de evitar la «impresión perversa de la igualdad social entre los distintos grupos sexuales», la formación de ese tipo de actitudes y la atracción por ese tipo de relaciones (Kondakov, 2019b:214-15).

El 24 de noviembre de 2022 la Duma aprobó una ampliación de esta ley, por la cual la prohibición se refiere a la difusión de esta información a personas de cualquier edad y por cualquier medio, incluidos internet, la literatura y el cine.

No obstante, la redacción de la ley no es clara en la delimitación de a quién puede afectar. Como tal, es una ley de censura que limita la libertad de expresión, que regula los cuerpos y su posibilidad de representación en el discurso. Estos cuerpos y la limitación de ser representados demuestran que se afectan mutua y constantemente: parte de la población primero es señalada como potencialmente dañina hacia los menores, y más tarde hacia el resto de la sociedad en virtud de su orientación sexual (Edenborg, 2018; Healey, 2017; Levada-Center, 2015; VTSIOM, 2012, 2022). Las consecuencias se vieron justo después de la aprobación de la ley, cuando se notificó un aumento general de los discursos de odio y las agresiones violentas no solo contra gente queer (Kondakov, 2021; 2022), sino también contra personas que, según Novitskaya (2021), «mostraban signos de ser LGBTIQ+» (2021: 65). En general, lo que intentaba ser una ley de invisibilidad del colectivo consiguió todo lo contrario: empezó a hablarse mucho más de la situación del colectivo queer en Rusia, tanto en los medios como en el ámbito académico, en el que empezaron a publicarse numerosas investigaciones en torno al tema; también surgieron organizaciones de apoyo ante la violencia. En cierto modo, se puede decir que, precisamente tras la aprobación de la ley de 2013, se observa una creciente visibilidad de lo queer en los medios y en la cultura en general en Rusia, como demuestran, por ejemplo, los trabajos recogidos en Miazhevich (2021). De hecho, la literatura científica suele coincidir en que la ley de 2013 probablemente haya hecho a Rusia más queer, según las palabras de Healey (2022). En el caso particular de la poesía, Utkin (2021) pone de relieve que en la poesía actual rusa existe una sensibilidad estética latente por la vulnerabilidad queer.

Sin embargo, esta visibilidad también afectaba negativamente a gente cuya vida sexual no había sido hasta entonces objeto de discusión entre su círculo más cercano, y que no querían que lo fuera. La ley dio pie a que grupos organizaran violentas «cazas» de homosexuales a través de las redes sociales (Buyantueva, 2018; 2020; Cooper, 2014) y que la represión tomase la forma de campos de internamiento en Chechenia (Kodakov, 2019a; Brock y Edenborg, 2020).

Healey (2022) ha entendido y analizado la política homófoba del gobierno ruso en el marco de las protestas civiles de los años 2011-2013. Después de las elecciones legislativas del 4 de diciembre de 2011, medios de información y activistas comenzaron a reportar actos fraudulentos en el proceso electoral, ante lo cual la ciudadanía y militantes de diversas facciones políticas salieron a las calles. Los sucesos se saldaron con detenciones e incluso arrestos de líderes de la oposición. El movimiento no prosperó, en parte debido a la fuerte represión estatal y en parte debido a su heterogeneidad (Parisi, 2018; Etkind, 2018). El descontento general, sin embargo, se venía gestando a partir de la corrupción y apropiación continuas de las ganancias del petróleo y el gas por parte de las élites y la falta de inversión en capital humano y políticas públicas (Etkind, 2018). No obstante, el activismo queer en Rusia se ve obligado a optar por formas menos visibles, que, a pesar de suponer una merma en términos de representatividad política potencial, pueden prosperar y difundirse de manera más eficaz en contextos cada vez más represivos y en los que el propio activismo queer se percibe y es realmente arriesgado (Levitanus y Kislitsyna, 2023).

Ante esa clara muestra de oposición, el gobierno ruso se esforzó por definir un proyecto nacional y étnico concreto imbuyendo aún más su discurso de rasgos xenófobos y nacionalistas, apoyándose en la moral ortodoxa y las políticas de natalidad, como argumentan Suchland (2018), Persson (2015) y Evans (2015). Bajo este pretexto, Rusia sería una nación cuya población —entendida como eslava, blanca, ortodoxa y heterosexual— está amenazada por las perversiones del feminismo y el movimiento LGTBIQ+ de Occidente. Las consiguientes leyes de regulación de la sexualidad y limitación de los derechos reproductivos han hecho de Rusia el petroestado actual (Etkind, 2018), que combina una retórica neoliberal pseudodemocrática con prácticas represivas (Parisi, 2018), y que concibe a la población como una fuente más de recursos, a la que le exige más responsabilidades que derechos le otorga (Novitskaya, 2021).

Habiendo identificado las causas —las mujeres que abandonan su rol de cuidadoras/reproductoras a favor de su bienestar y el colectivo queer, que continúa existiendo— de la acuciante amenaza extranjera, la ciudadanía volvió a plegarse a la narrativa del Estado salvador en lugar de reprocharle las precarias condiciones de vida en el país. Así las cosas, el activismo siguió siendo imprescindible para paliar los efectos de una violencia renovada.

A pesar, sin embargo, de la despenalización de la homosexualidad en 1993, la excarcelación de los afectados por el artículo 121 no fue completa (Chica, 2019). Arrastrando el estigma del gulag, el activismo de los 80 y 90 que traza Buyantueva (2020) se centró en actos de naturaleza social o cultural y, en menor medida, en los clamores iniciales por la libertad y el fin de las prácticas coercitivas del régimen (Lukinmaa, 2022); surgieron asociaciones, revistas literarias y lugares de reunión (Essig, 1999). Con la popularización de internet, el activismo y el apoyo mutuo fue mucho más fácil (Persson, 2015); una generación más joven podía conocer la experiencia de la homofobia en otros países, y también compartir la propia a través de blogs como LiveJournal o foros de reunión, como Gay.ru (Buyantueva, 2020). A principios de los 2000, el movimiento en Rusia comenzó a organizar peticiones y actos legales, desfiles y actos públicos. Más tarde, los grupos de apoyo pasaron a redes sociales como Facebook, Instagram y sobre todo, VKontakte. La discusión sobre la ley de propaganda, en 2013, hizo que organizaciones internacionales de protección de los derechos humanos contactaran con los grupos locales, como Human Rights Watch (Cooper, 2014) o la ILGA (Kondakov, 2019b), pues descubrieron, como apunta Lukinmaa (2022), algo simbólicamente valioso en la sociedad civil. No obstante, a pesar de que, durante la primera década del siglo XXI, auspiciadas por la bonanza económica, surgieron muchas organizaciones que ofrecían apoyo político y judicial y que sentaron fuertes lazos entre las comunidades de varias ciudades rusas, después de 2013 su acción se vio reducida, ya que protestar en las calles suponía desestabilizar demasiado su capital de recursos (Buyantueva, 2020).

Entre las labores usuales de las organizaciones, aparte de las de carácter más cultural y político de visibilidad del colectivo, se encuentran las labores sociales de apoyo. Lukinmaa (2022) describe cómo después de la ola de violencia que sacudió San Petersburgo en los meses posteriores a la ley las organizaciones se vieron obligadas a limitar su acción al bienestar, la salud y protección de las víctimas, donde la seguridad y la sensibilidad, junto con el deber moral de apoyarse entre sí (Parisi, 2018: 37), adquirieron carácter simbólico. Ahora con más limitaciones, el movimiento asociativo se encarga de proporcionar apoyo de cara a procesos más concretos —psicológicos, de ayuda a la discapacidad, asesoría legal o protección contra el VIH (Lukinmaa, 2022: 322).

Hasta hoy internet funciona como una herramienta fundamental para crear una colectividad y red de trabajo más sofisticada. Sin embargo, dentro del activismo se ha subrayado también el peligro que tiene internet de relegar todo el activismo político al gesto banal de suscribirse a un grupo de Facebook, y reivindican el uso de las redes más como una forma complementaria de reunión, para crear nuevas formas de proximidad e interacción, que como un sustituto de estas (Bozovic, 2018: 217). Además, si bien internet ayuda a salvar costes, no favorece el anonimato frente al Estado, que cada vez monitoriza más estos espacios, ni frente a grupos homófobos organizados (Bozovic, 2018; Buyantueva, 2020).

Pakhnyuk (2019), Orlova (2019) o Moser y Skripchenko (2018) también han comentado la política de «agente extranjero», otra medida que también dificulta la labor del activismo y que controla a cualquier organización que reciba financiación o donaciones que no procedan de dentro del país. Esta ley se extendió en 2019 a periodistas y medios de comunicación, y en 2020 a individuos sin personalidad jurídica, como los activistas, obligados a figurar en una lista e informar detalladamente de sus ingresos y gastos (Bontoux, 2021). Después de 2013, para sobreponerse a las consecuencias de la crisis, las multas y el coste de la vida, las asociaciones ya habían recurrido a plataformas de crowdfunding como Yandex.Money, que permitía donar anónimamente. En 2017 Yandex tuvo que cambiar su política para evitar recaudaciones con fines políticos (Buyantueva, 2020: 432).

El resultado de todas estas medidas, en la mayoría de los casos, se tradujo en una emigración masiva de Rusia. Desde la URSS, comunidades de gente LGTBIQ+ rusa se habían ido formando en la diáspora ante la imposibilidad de acceder a esa «ciudadanía sexual» en su hogar. En esos términos, Novitskaya (2021) ha analizado la vida de esas comunidades en Alemania, EE. UU. e Israel. Con un enfoque transnacional, ha descrito la extensión de la ley más allá de las fronteras de Rusia, y cómo la sexualidad y la teoría queer son factores clave para tener en cuenta en los estudios migratorios. Las personas queer rusas en el exilio deben enfrentarse al estigma y a la precariedad añadidos del ser inmigrante y atravesar los procesos de asilo, que en tono colonialista y civilizante los obligan a clasificarse dentro de un espectro muy estrecho de la sexualidad, a la manera de Occidente, que tanto diverge de cómo la entienden y viven en Rusia.

Más allá de la violencia y la discriminación, la persecución del colectivo pone de manifiesto la táctica gubernamental de usar la demografía como cauce para proyectos misóginos, homófobos y racistas, donde la llamada «amistad de los pueblos» versa en realidad sobre supuestas diferencias naturales que justifican una jerarquía étnica, como denuncia Suchland (2018). Afortunadamente, la presencia de las comunidades LGTBIQ+ rusohablantes en el exilio también ha servido para enriquecer el movimiento queer, descentrándolo del eje europeo, adaptándolo a cada localización específica, donde su presencia es esencial, y diversificando las formas de entenderlo y defenderlo, de la mano con otras causas, a través de su cultura integradora e interseccionalidad naturales.

2.2. El término queer en la literatura y el ámbito académico rusos

Definir lo queer en cualquier contexto, como ya se ha advertido, es una tarea compleja debido a lo escurridizo del término. Desde que se perfila en medio de los debates en torno al sexo y el género de finales de siglo en Occidente, con los trabajos de Rubin (1998), Butler (2022), Kosofsky Sedgwick (1990) o de Lauretis (1991), muchos otros escritos y visiones han contribuido al desarrollo del tema. En su trasvase al suelo ruso (Essig, 1999; Tuller, 1997), sin embargo, la teoría queer y las consecuentes investigaciones en torno al género y la sexualidad, como retrata Sozaev (2010b), no han disfrutado del mismo desarrollo que en Occidente, a pesar de algunos intentos desde el mundo académico (Kondakov, 2016; Garstenauer, 2018). En ello, de acuerdo con la opinión de Essig (2014), subyace el hecho de que Rusia y Occidente no sólo cuentan con historias diferentes, sino que en sus destinos intervienen y se entrecruzan no pocos factores de naturaleza también religiosa, étnica y social, cuya importancia la teoría queer insiste en subrayar. Así, en el marco del festival anual QueerFest de 2018, celebrado desde la aprobación de la ley antipropaganda de manera online, activistas rusohablantes crearon un espacio de reflexión y debate en torno a su identidad como «parte de una resistencia centenaria contra la normalización artificial de cuerpos, sexualidades y formas de autoexpresión» y «cómo experimentan la intersección de esta con sus distintas religiones y tradiciones» (Lukinmaa, 2022: 319).

Si atendemos más detenidamente a cómo se ha venido desarrollando la teoría queer en el ámbito académico ruso, Kondakov señala que esta ha consistido, en la mayoría de ocasiones, en una serie de seminarios impartidos dentro de unas instituciones denominadas gender centers en los que se hacía uso de los «términos de la filosofía francesa de los sesenta, algunas nociones de psicología acerca de la orientación sexual y aspectos de la lucha y el activismo por los derechos humanos» (2016: 109 y 112). En general, Rusia no había aportado nuevas preguntas o visiones al debate queer internacional, debido sobre todo a un marco filosófico desactualizado (Sozaev, 2010b) desde donde se intentaba estudiar más la sexualidad de lesbianas y gais que cuestionar las identidades y sus dinámicas de poder (Kondakov, 2016; Kuntsman, 2010).

Por su parte, Essig (2014) ha postulado que la diferencia en el tratamiento concreto de la homosexualidad en Rusia y en Occidente estriba en que el homosexual en Rusia no se ha constituido como sujeto en el régimen discursivo; si en Europa y Estados Unidos el discurso sobre la homosexualidad fue objeto de numerosas corrientes que iban aportando visiones nuevas y a menudo contrarias a las ideas de la anterior —la medicina victoriana, la psicología, la sexología, el psicoanálisis, el feminismo de segunda ola y el constructivismo—, en Rusia el homosexual nunca ha nacido, o si lo ha hecho, ha sido como desviación enferma, extranjero o criminal «que por la salud de la sociedad debe sacrificar su deseo» (2014: 6-7).

Más concretamente, dos compendios de artículos (Sozaev, 2010a; Kondakov, 2014a) giran en torno a la concreción del término en el ámbito ruso. Entre otras figuras, participan Aleksandr Pershái, Adi Kuntsman o Dmitri Isáev, quienes, por ejemplo, apuntan al potencial de lo queer dentro del contexto ruso por subvertir y socavar las estructuras de poder, creando espacio para todos los individuos que quedan al margen:

En el nuevo concepto el discurso no versa acerca de romper las reglas sociales de interacción, sino de comprender la legitimidad de resistir la violencia psicológica que supone obligar a los individuos a expresar su identidad en una de las dos categorías.

(Isáev, 2014: 303).

Sin embargo, Jarítonova señala el amplio alcance del término:

En la mayoría de los casos, lo queer está vinculado al género y a la sexualidad. Sin embargo, en su esencia, lo queer permite hacer declaraciones políticas tanto contra la heteronormatividad (la mayoría heterosexual) como contra cualquier norma o estereotipo dominante o legítimo: en la la política estatal, las estructuras y relaciones sociales, la conciencia individual, etc. La noción de queer es tan radical y fluida como el fenómeno que denota. No obstante, es interesante señalar cómo aquellos que se inclinan hacia la negación radical que es lo queer, en la base de su postura, promulgan el principio de tolerancia, de relación respetuosa hacia lo otro: en consecuencia, no niegan tanto los límites aceptados como cuanto intentan vislumbrar otras formas a través de ellos y reconocer el derecho de esas formas a tener una existencia. Es una aspiración a que el mundo sea multicolor, arcoíris.

(Jarítonova, 2010: 95).

A pesar de que su visión pueda parecer optimista, añade un poco más tarde que «Rusia no está preparada para acoger a lo queer o integrarse en un espacio europeo, a fuerza de su tradicionalismo y xenofobia» (Jarítonova, 2010: 97). Desde su punto de vista, en cuanto al futuro de los movimientos sociales, es el feminismo el que tiene la última palabra: «sólo cuando hayamos cambiado nuestra relación con la mujer, y la de la mujer con la sociedad, podremos cambiar la cultura, y con ella las realidades sociales» (2010: 97).

Por su parte, son la literatura y la poesía las que en ocasiones proveen las lentes para contemplar las nuevas formas de lo queer. Por el hecho de que por convención lingüística las palabras para referirse a identidades y sexualidades no categorizadas como normativas (p. ej. queer) son utilizadas como insultos (Pershái, 2010), estas palabras atestiguan a su vez la presencia de aquellos grupos cuyas fronteras semánticas, y en extensión sociales, son delimitadas por el lenguaje (Zboróvskaya, 2014). Como ejemplo más claro, el primer activismo queer en Rusia ya tuvo difícil alejarse de los términos y el estigma sociales que arrastraba lo homosexual a raíz de la experiencia de los campos de trabajo estalinistas, donde los reclusos víctimas de abusos sexuales recibían el título de opushchennye («degradados») como la casta más baja de la jerarquía presidiaria. Esto pasó a ser una actitud social hacia los homosexuales que permanecería en la conciencia soviética mucho después de la liquidación del gulag, como han señalado Kuzmín (Kuzmin, 2016) y Novítskaya (2021).

En consecuencia, los grupos oprimidos han vaciado de sentido y reconfigurado los insultos que les eran dirigidos (Gorbachev, 2019). En esta línea, más allá de los insultos, han sentado su propio capital simbólico (Lukinmaa, 2022) y sobre las bases de esa misma convención lingüística, la tradición literaria, las palabrotas (Beumers, 2018), las trampas del lenguaje y los juegos de palabras (Saraeva, 2014) oponen resistencia a la retórica del Estado con una lengua alternativa, negadora, que da expresión a las distintas formas del deseo, al estigma. Ha sido después de la violencia y la represión de las últimas décadas que el activismo se ha visto obligado a protestar a través de nuevas formas como las artes visuales, la danza, y fundamentalmente la poesía. Lukinmaa (2022) recalca cómo revisitando la obra de importantes figuras queer rusas, los poetas actuales han encumbrado referentes con el potencial suficiente para crear inspiración, resistencia y cultura colectiva, acogiendo a los clásicos y reconociéndolos como lo que en algún momento fueron: disidentes políticos (Bozovic, 2018; Kalinin, 2018; Parisi, 2018), y sacando a la cultura rusa del lugar alienante al que la rebaja el nacionalismo (Kalinin, 2018; Turoma, 2018).

En su intento por delimitar qué obras literarias entrarían dentro de un paradigma queer, Blackburn, Clark y Nemeth (2015) trabajaron con unos criterios que fácilmente acabaron por resumirse en la capacidad de la obra por presentar una suspensión y disrupción de lo categorizado como «normal» en torno a los conceptos de hogar, familia o tiempo junto al uso de procedimientos de análisis narratológico como modo, focalización, tipo de narrador, configuraciones metonímicas, disrupciones temporales y/o cronotopo.

En ese mismo intento por definirla, el poeta Fridrikh Chernyshev (2020), apunta que la poesía queer solo puede ser entendida entre paréntesis —formales o no—: en lo que no se ve, en lo que se denota, más que en lo que se pronuncia, y divide su propia poesía en dos grupos: una poesía manifiesta y política, en la que expresa la experiencia queer, y otra lírica, en la que refleja la experiencia homosexual. Para él, solo puede hablarse de poesía queer en el primer caso

porque la poesía queer es una posición política. Es la posición marginal y traumática, la posición del cuerpo que grita, y no la de dos hombres que están practicando sexo [...] el sexo, desde que quedó despenalizado en 1993, ha sido cada vez un acto menos político; lo queer, por su parte, supone cierto lugar de trauma, de protesta (o de un rechazo deliberado de ella), de una molestia social. Por ejemplo, cuando el cuerpo y/o la experiencia del autor actúan como instrumentos de una diferencia mutilada – la misma de la que se quiere apartar la mirada.

(Chernyshev, 2020: 50, 57).

3. LA POESÍA QUEER RUSA

No es sencillo realizar una revisión de la literatura queer rusa. Y no solo por la utilización de un término que resulta ajeno y rechazado en cuanto identidad. A diferencia de los escasos trabajos previos sobre la cuestión (Utkin, 2021), centrados en la vulnerabilidad queer o en cómo esta es percibida y expresada en la poesía actual rusa, aquí se pretende presentar un recorrido por la poesía queer rusa a lo largo del tiempo. La selección de obras, autores y autoras se realiza no tanto porque sus sexualidades quepan bajo el lema de lo «no tradicional», ni porque el argumento de las obras verse específicamente sobre lo queer, sino porque ponen de manifiesto el carácter líquido y plural de identidades y sexualidades y las falacias del sistema de poder dominante en la deriva histórica en que las autoras y autores, y sus textos, han sido por ese motivo (mal)tratados, cuando no con sorna y condescendencia, sí oscurecidos, silenciados y perseguidos.

Siguiendo la clasificación de Karlinsky (1997), durante el Periodo Kievita de la literatura rusa (ss. X-XIII) se encuentra una primera alusión al amor entre hombres en la leyenda de los santos Borís y Gleb, de autor anónimo, que retrata el profundo afecto de Borís por su compañero Jorge el Húngaro. El texto también es relevante por la alusión a él que hizo Vasili Rozánov en 1913. Rozánov (2003) también aludiría al homosexual como figura central del ascetismo y metafísica del cristianismo ortodoxo.

Durante el Periodo Moscovita (ss. XIV-XVII) fueron los escritos de embajadores y representantes extranjeros los que revelaron en sus viajes a Rusia lo extendida y aceptada que estaba la homosexualidad en comparación con el occidente europeo (Karlinsky, 1997: 16; Baer, 2014: 421). La situación era tal que hasta podría ser abiertamente conocida la relación del zar Iván IV con su favorito, el príncipe Fiódor Basmánov, quien a menudo se maquillaba y vestía como mujer para ajustarse al gusto del monarca en la intimidad. Esta relación aparecería en la obra de 1862 Князь Серебряный de A. K. Tolstói. Por otra parte, eran los escritos religiosos como el sermón número doce del metropolita Daniel y La vida del protopope Avvakum,2 de 1673, los que censuraban las prácticas homosexuales. Con eso, según Levin (2018), lo que dejan ver todas estas obras es que, desde el primer código jurídico del estado eslavo oriental, la Русская Правда, hasta el gobierno de Pedro I (1682-1725), la homosexualidad no estuvo penada civilmente en Rusia; más aún, esta estaba socialmente extendida y solo recibía la desaprobación de la ortodoxia como pecado por alterar los roles de hombre dominante / mujer dominada de la única práctica sexual natural.

En los siglos siguientes, en los que Rusia terminó de acoplarse al gusto europeo, la labor traductora de algunos poetas transmitió la obra de Safo con su componente lésbico original, y otros como Iván Dmitriev tradujeron al ruso varias fábulas de La Fontaine en clave de amor entre hombres (Karlinsky, 1997; Baer, 2014). El mayor exponente de la Edad de Oro (ss. XVIII-XIX), Aleksandr Pushkin, fue el único que trató la homosexualidad en su obra desde una óptica más afable, a juzgar por la correspondencia con su amigo Filipp Vígel. Además, Pushkin hizo uso de un sujeto lírico masculino atraído por jóvenes varones, en la línea estética de la lírica clásica grecorromana y árabe (Подражание арабскому, de 1835). A su vez, Lérmontov recreó en sus poemas de juventud las relaciones entre los chicos de la escuela de cadetes a la que asistía, aunque desde el desagrado (Ода к нужнику y К Тизенгаузену, en 1834). Karlinsky también especula acerca de una cierta homosexualidad reprimida en la vida y obra de Gógol (1976), con reflejo en ciertos fragmentos de su diario como Ночи на Вилле, de 1839. Tolstói narró en Infancia, Adolescencia y Juventud cómo se enamoraba indistintamente de chicos y chicas, justificando que a los primeros solo lo unía una atracción puramente física, mientras que valoraba el alto carácter moral, más allá de las apariencias, de las segundas (Karlinsky, 1997). En el resto de sus obras, sin embargo, y al igual que hiciera Dostoievski, la homosexualidad fue retratada bajo una luz negativa.

No será hasta Konstantín Leóntiev que la alternativa sexual sea expuesta sin estigma y de manera más abierta, como sucedió con Хамид и Маноли, la aventura trágica de un joven cretense y un hombre turco que denunció la homofobia en el siglo XIX (Karlinsky, 1997; Baer, 2014).

Cabe también mencionar en este siglo la irrupción en el panorama literario de las memorias de campaña de Nadezda Dúrova durante la guerra contra Napoleón; las memorias fueron editadas y terminadas de compilar por Dúrova por consejo de Pushkin, y su importancia radica en la presentación de un modelo de feminidad excepcional para su época. Dúrova abandonó un matrimonio impuesto a los veintitrés años en busca de la libertad con la que soñaba, y que entonces sólo encontró en la defensa de la patria y los valores transmitidos por su padre en la infancia; adoptó apariencia y nombre masculinos, incluso después de que su identidad fuera descubierta, y fue galardonada con la cruz de San Jorge por el mismo emperador bajo el nombre de Aleksandr Aleksándrov, que siguió usando, junto con las formas verbales en masculino, hasta el fin de sus días (Durova, 1990).

El fin de siglo trajo consigo un nuevo florecimiento de la cultura. En la denominada Edad de Plata la libertad estética coincidió con la sexual en una nueva reflexión que aunaba filosofía y espiritualidad, y que ejemplificaban los y las poetas más destacadas del Simbolismo, pero sobre todo la tríada que conformaban Zinaída Gippius, Dmitri Merezkovski y Dmitri Filosófov. Estos organizaban una serie de denominados «encuentros filosófico-religiosos» que más tarde cristalizaron en la revista Новый путь (1902-1905). Hetherington (2007) subraya la importancia de la obra de Gippius como precursora no solo de un modelo que aunaba espiritualidad y sexualidad, sino de la fluidez de la identidad y el género y la mitopoética del cuerpo femenino. Conocida fue también la relación entre la poeta Poliksena Soloviova y la escritora de literatura infantil Natalia Manaseina, tándem vital y literario, editoras ambas de la revista infantil de literatura Тропинка. Soloviova dedicaría su libro de poemas Иней, de 1905, a Manaseina, y ambas serían aludidas por Marina Tsvetáeva en su famosa Carta a la amazona de 1932. Otro tándem reseñable es el formado por Anna Yevréinova y María Fiódorova, editoras conjuntas de la publicación Северный Вестник (1885-1889).

Siguiendo a Chica (2019), la publicación más relevante de este periodo fue Alas, en 1905, de Mijaíl Kuzmín, una bildungsroman que por primera vez hablaba de manera explícita de un amor homosexual. Alabada y denostada por sus contemporáneos a partes iguales, Alas fue una de las muchas obras en las que Kuzmin dio forma a su mundo poético, que canalizaba su deseo a través de la cultura y las espiritualidades grecorromana, gnóstica y cismática ortodoxa. Sus poemarios más importantes, Canciones de Alejandría de 1905, Сети de 1908, Глиняные голубки de 1914, Занавешенные картинки de 1920 y Форель разбивает лед de 1929 lo terminaron por convertir en la primera y más clara voz del erotismo masculino en lengua rusa.

Paralelamente, la obra Treinta y tres monstruos, de Lidia Zinovieva-Annibal, fue la primera en hablar de manera explícita del amor entre mujeres. Se trataba de una narración íntimamente fragmentada, alterna al modelo patriarcal y que exploraba el deseo femenino y la belleza como motor del mundo. Zinovieva-Annibal se convirtió, junto a Gippius, en la encarnación vital del ideal decadente, aunando el misticismo religioso y la anticipación de una nueva forma de amar libre y múltiple en su literatura y su vida al lado de una de sus parejas, Viacheslav Ivanov, con quien regentaba uno de los más célebres salones literarios de San Petersburgo: La Torre. Viacheslav Ivanov también participaría de este nuevo modelo relacional y espiritual; recurrió al homoerotismo de corte simbolista tras su relación con el también poeta Serguéi Gorodetski en su compendio de poemas Cor Ardens, en la sección Eros, en 1907 (Karlinsky, 1997).

La Edad de Plata vio su final a raíz de la revolución bolchevique y los acontecimientos que siguieron. En esos años, las vidas de los poetas Serguéi Esenin y Nikolái Kliúev se cruzaron, dando como fruto una relación sentimental y literaria. Máximos exponentes de la escuela de la lírica campesina, los poemas que Esenin dedica a Kliúev y a Anatoli Mariengof —Прощание с Мариенгофом, de 1922— dejan ver los sentimientos que surgieron entre ellos.

El año 1917 supuso el principio del fin de la producción de muchos artistas. Kliúev acabaría siendo arrestado por homosexual y enviado al gulag, y su obra en gran parte recortada y perdida. Esenin acabó suicidándose, al igual que otro de los grandes pilares de la lírica del siglo XX, Marina Tsvetáeva, tras años de exilio por Europa. La vida de Tsvetáeva estuvo marcada por la desgracia y la pasión a partes iguales. Su ciclo de poemas Подруга (1914-1915) estuvo dedicado a la también poeta Sofía Parnok tras terminar su aventura amorosa. La obra de Parnok no estuvo menos marcada por el amor de Tsvetáeva y otras tantas mujeres; como prueba de ello podemos citar su obra Стихотворения de 1916, que mostraba el amor lésbico de una manera elevada y al mismo tiempo coloquial, y su continuación del verso sáfico Розы Пиерии de 1922. La obra de Parnok sufrió el destino de tantas obras de mujeres, hasta ser rescatada por Poliakova (1979) y Burgin (1994).

La dictadura estalinista y su terror, dentro del cual se volvía a penar la homosexualidad, relegaron la literatura de esta época a la edición, publicación y circulación clandestinas. Riúrik Ívnev, pseudónimo de Mijaíl Aleksándrovich Kovaliov, publicaría a lo largo de su vida una poesía comprometida con su homosexualidad y con su cariz de fuera de la ley en composiciones antes y después de la revolución. Conoció a los poetas más relevantes de la Edad de Plata y formó parte del movimiento imaginista. Sus obras más importantes, por reflejar la actitud hacia la sexualidad por parte de su época, son su libro de poemas Самосожжение, de 1913 y su diario, que cobra la misma importancia histórica que el de Mijaíl Kuzmín. Anatoli Stéiger, por su parte, publicaría también varios poemas de tema homoerótico desde la emigración.

Sin embargo, los poetas más destacados de esta época son Valeri Pereleshin, Evgueni Jarítonov y Guennadi Trifónov. El primero huyó joven de Rusia tras la revolución y se refugió en China, donde completó parte de su educación, mudándose más tarde a Brasil. Comenzó publicando en diversos medios hasta su obra magna, Ариэль, de 1976, con 169 sonetos que narraban un romance epistolar con un hombre casado de Moscú, y el Поэма без предмета, de 1989, un poema narrativo de 8400 versos en estrofas de estilo oneguiano sobre una aventura amorosa (Karlinsky, 1997).

Evngeni Jarítonov, no obstante, es considerado el mayor exponente de la literatura homosexual tras Mijaíl Kuzmín. Director teatral, prosista y poeta, fue de los pocos que habló abiertamente de su sexualidad no solo en su poesía, sino fundamentalmente en relatos e historias cortas. La homosexualidad de los relatos de Jarítonov es profundamente irreverente porque es sucia y decadente; el héroe de Jarítonov es disidente por ser homosexual; su carácter de iluminado le hace penetrar profundamente la vida hasta su mismo sentido; es más, la vida y la realidad son el resorte de toda su escritura (Rogov, 2005). Perseguido por la policía soviética varias veces, murió de un ataque al corazón poco después de mecanografiar su obra completa bajo el título Под домашним арестом.

La vida de Gennadi Trifónov también estuvo marcada por sus altercados con el KGB por el servicio militar y la circulación de literatura clandestina y de tema homosexual. En 1976 fue condenado a pena de cárcel por ello. Desde la misma cárcel escribió su poema Тюремное письмо y una carta abierta dirigida a la Литературная Газета en defensa de los derechos de los homosexuales, más tarde publicada por varios periódicos estadounidenses en muestra de apoyo al escritor. Su poesía gira abiertamente en torno a la experiencia amorosa y estuvo influida por su estancia en el Cáucaso, como es el caso de su ciclo poético Тбилиси при свечах.

Estas obras fueron escritas cuando el régimen daba sus últimos coletazos. En la década de los 90, tras la caída de la URSS, la cultura queer y sus valores pudieron al fin tomar la relevancia necesaria en Rusia como consecuencia de un contexto más permeable; multitud de obras fueron publicadas por distintos autores y autoras incluyendo temas homosexuales, como la primera antología de literatura gay, Любовь без границ, en 1997 (Baer, 2014) y aupadas por revistas de corte queer como Тема o Пробуждение (Essig, 1999). Sin embargo, la publicación de obras occidentales de diferentes épocas junto con las nuevas obras de autores rusos, más las reediciones de obras sin su necesaria actualización llevaron a un tratamiento de las minorías sexuales en la literatura como poco más que una pose estética, una importación extranjera que señalaba la decadencia del fin del Estado soviético y que abocaba al sufrimiento y a una vida trágica (Baer, 2014). Al igual que otras figuras, Yaroslav Mogutin rechazó aceptar esos términos en su literatura y su compromiso estético. Con influencia de los escritores beat estadounidenses, implantó en sus proyectos artísticos una defensa de la homosexualidad masculina rebelde y desafiante. Ganó el premio Andréi Beli en 2000 con su colección Термоядерный мускул, además de haber publicado otras como Упражнения для языка en 1997, Роман с немцем en 2000 y Декларация независимости en 2004.

Como señala Dmitri Kuzmin (2016), la creación de nuevos espacios culturales para el colectivo comenzó con la primera revista de poesía y prosa gay Митин журнал en 1985, dirigida por Dmitri Vólchek. Vólchek comenzó distribuyendo ediciones de samizdat y al final fue galardonado en 1995 con el premio Andréi Beli. Dos años más tarde fundó la editorial Kolonna, publicó dos libros de poesía y tradujo obras extranjeras. Seguiría su estela el mismo Kuzmín, sobre todo con la creación en 1989 de las revistas Вавилон, Риск en 1993 y Воздух en 2006, desde las cuales ha editado periódicamente trabajos poéticos de autores y autoras queer en lengua rusa, además de defender los derechos del colectivo frente a la violencia. Su labor como editor independiente le ha posibilitado publicar también en español (Kuzmin, 2016). Recibió el premio Andréi Beli en 2002 al Mérito en Literatura. Kvir, revista editada desde 2003 por Aleksandr Shatálov y ahora en línea desde la web gay.ru, también ha contribuido a la creación de un espacio cultural seguro para dar a conocer obras de literatura queer al público ruso.

Fruto de esta labor editora y filológica, una pléyade infinita de autores y autoras halla más espacio para escribir y existir fuera de la norma que regula sus existencias y sexualidades, donde confluyen lo erótico y lo político. En 2018, el grupo feminista kazajo Feminita publicó una nueva antología de poesía queer (Vilkoviskaya, 2018) que agrupaba, entre otras figuras, a Frídrij Chernishev —Рано заниматься любовью (2021)—, Galina Rymbu —Жизнь в пространстве, 2020—, Lolita Agamalova —Лесбиский дневник (2017) y Oksana Vasyákina —Ветер ярости (2019). Titulada Под одной обложкой, esta antología anticipa el nuevo mapa de la poesía en lengua rusa, profundamente crítica, corporal y disidente.

4. CONCLUSIÓN

Con esta visión general se han querido exponer las formas que las sensibilidades queer han ido adoptando en la literatura rusa hasta nuestros días. La paleta de autores y autoras aquí presentadas y los peculiares recorridos que tomaron sus vidas ilustran la manera en que la poesía se ha encargado de canalizar su irrefrenable deseo de amar satisfactoriamente, cuando no también la sensación de existir al margen del resto del mundo. Trazar su historia en español es el primer paso de un diálogo que se tiene la esperanza de sostener, donde la literatura rusa hace una contribución valiosa al entendimiento de la diversidad de sexualidades y existencias más allá de cómo suelen ser entendidas o de cómo se dicta que lo deben ser.

Se ha tratado de dar respuesta al simple objetivo de mostrar que esta literatura existe, a pesar de hacerlo en un contexto tan hostil y cada vez más cercado por el marco legislativo. Una literatura que, por lo demás, resulta prometedora de cara al futuro, que refleja un poderío hasta ahora inédito, con nuevas voces que ya están siendo traducidas a diversas lenguas y en la que subyace una respuesta sociocultural especialmente compleja, arriesgada y de especial interés para comprender las formas que pueden adoptar y el comportamiento que pueden desplegar las manifestaciones artísticas ante la merma en las libertades.

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Notas

1 Contribución de autoría CREdiT: Ambos autores han contribuido por igual en cuanto al marco conceptual, la recepción en el contexto ruso y el estado de la cuestión. Jesús Eleazar ha realizado una gran contribución en la selección y revisión de las voces poéticas presentes en el texto. [Volver]

2 Los títulos que en este artículo se ofrecen en español (y no en ruso) aluden a la disponibilidad de una traducción y edición en castellano de la obra. [Volver]