Documentar para la conciencia
Juan Plasencia
Fotógrafo y coordinador técnico del
Laboratorio de Ciencias de la Comunicación de la Universitat Jaume I
Referencia de este artículo
Plasencia, Juan (2017). Documentar para la conciencia. En: adComunica. Revista Científica de Estrategias, Tendencias e Innovación en Comunicación, nº13. Castellón: Asociación para el Desarrollo de la Comunicación adComunica y Universitat Jaume I, 253-255. DOI: http://dx.doi.org/10.6035/2174-0992.2017.13.15.
Para el fotógrafo todo es fotografía y hablar sobre ella suele significar hablar sobre uno mismo, sobre su realidad más íntima y personal, sobre una visión profunda, peculiar y espiritual sobre la vida, pero, fundamentalmente, significa hablar sobre lo que fue, lo que es y lo que pretende ser. Si además, como viene al caso, nos referimos a la fotografía documental, las ideas del fotógrafo suelen ser complicadas de alinear y de hacerse inteligibles, puesto que están formadas de una amalgama de experiencias vitales que no siempre van asociadas al mero acto fotográfico; entender que nunca se documenta sólo sobre el documento, ni se fotografía sólo lo que se ve mientras se documenta, es poseer un buen indicio sobre el fotógrafo, su fotografía y su mensaje.
Asimismo, el documentalista puro está desposeído de target y, por ende, debe dirigirse, sin más opción, al alma y a la razón, al espectador y a sí mismo, a la sociedad y al individuo, al presente y al futuro, a todos y a nadie.
Toda esta compleja forma de expresión concilia su significado en la imagen fotográfica; aunque ella, sincera pero arrogante1, trata de ocultar ese magma de significados al espectador haragán y codicioso que sólo ve en ella, cada vez más ensimismado, su fascinadora y encantadora capacidad de ilustración.
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El ser humano, desde hace siglos e intencionadamente, es condicionado desde su nacimiento a pensar que la realidad es un estado meramente material (cada día más efímero y fugaz) y escasamente espiritual. Esta atrofia y condicionamiento son controlados y apuntalados en los pilares de la censura. Censura tecnológica, científica, espiritual e informativa que en su justa y enfermiza medida está fermentando una sociedad desvinculada, aislada de sí misma y por lo tanto, de todo aquello cercano y vital que realmente necesita.
Es por ello que la fotografía documental, meramente social y espiritual pero actualmente obtusa y enfervorizada en lo superfluo, no parece muy distinta a la de sus albores (aunque hoy, paradójicamente, la ciencia esté a un paso de conseguir una máquina capaz de capturar el movimiento de la luz, algo así como un microscopio temporal que pone, literalmente, imagen a la física cuántica)2 .
A la luz de este razonamiento y desde un prisma informativo, la fotografía documental cobra una dimensión que oscila entre la intención de evidenciar y la idea, un tanto infantil, de emperifollar contenidos. Para esto, evidentemente, no se necesita más desarrollo que el del entretenimiento ni más cultura que la de la mirada fugaz, perecedera y ensimismada.
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¿Qué define, a pesar de todo, la realidad?... ¿qué hace que una o más personas ratifiquen la construcción de lo visible y lo material, cuando piensan en ello? Más concretamente: ¿qué hace que una imagen documental, fuera de toda lógica y visto lo visto, acabe por ser algo más y prodigue todas sus virtudes, ahora sí, desplegadas desde el espíritu?
Quizás un concepto tan filosófico como mecánicamente cuántico3 tenga la respuesta: la conciencia.
La fotografía documental, como registro social o simplemente informativo, precisa de un espectador fundamentalmente espiritual, que otee la imagen con conciencia y alejado de una mirada fugaz y perecedera, que sólo acabará por extasiar y estancar su naturaleza humana y evolutiva. Por supuesto, y por descontado, necesita de esa misma conciencia para ser imaginada y concebida por parte del fotógrafo.
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Existe otro elemento, fundamental y recóndito, que ejerce un poder normalizador en la fotografía en general, pero muy particularmente en la documental: el tiempo.
Desde el aspecto más técnico hasta el más semiótico o filosófico, el tiempo es uno de los baluartes más significativos en la fotografía en general. El concepto de instantaneidad, bien introducido por Erich Salomon y magistralmente consagrado por Cartier Bresson, anida su máxima expresión en la fotografía documental. Aunque éste, desde entonces y hasta ahora, se ha convertido en un pequeño censor de lo fotografiable. Ni siquiera el retrato, naturalmente atemporal e innecesariamente sujeto un parámetro instantáneo (véase como ejemplo el trabajo de Gjon Mili Still), se escapa a esta tendencia y a su modo de imponer la estética de la imagen (el cómo y el cuándo para la fotografía).
Resumiendo; el tiempo fotográfico no es, en absoluto, un concepto newtoniano4. Tratarlo de este modo es limitar la naturaleza de la mirada y del pensamiento fotográfico. El tiempo fotográfico, por un lado, debe gestionarse desde muchos más ángulos que el meramente técnico: tiempo mental, que inducirá al tiempo documental, que afectará al tiempo fotográfico, e influirá en el tiempo del observador.
Por otra parte, la fotografía documental contemporánea necesita distanciarse, en su justa medida y desde un concepto editorial, de lo temporal e instantáneo. La noticia diaria, tan predominante y fugazmente caduca, no sólo está minando y extasiando a la profesión sino, y esto es lo más importante, está sirviendo a los planes de censura y manipulación que se ciernen sobre la sociedad, en este caso sí, elaborados con conciencia y, por tanto, con paciencia y positiva lentitud.
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Para finalizar, sintetizaría y añadiría que la fotografía documental contemporánea necesita no sólo de un espectador y un fotógrafo conscientes y de unos medios de comunicación consecuentes con los tiempos de consumo, sino de una mayor cantidad y variedad de tendencias y mensajes, fundamentalmente en su dimensión editorial y distributiva. En un mundo con siete mil millones de habitantes, es absurdo pensar que sólo hay cabida para un modo de expresión predominante. La fotografía documental debe servir, siempre e inexorablemente, a los diferentes estados de la conciencia social. Lo contrario, simplemente, es más censura y no es fotografía documental.
1 Aunque sea obvio, el exceso de arrogancia por parte del autor puede distanciar a la fotografía del espectador.
2 Proyectamedia, Diego Gutierrez, Universidad de Zaragoza.
3 El hecho de pensar ejerce unos impulsos electromagnéticos que posee una dimensión material y que la física cuántica puede contabilizar y tener en cuenta. Si además le añadimos la conciencia a esos pensamientos, multiplicamos en intensidad esos impulsos electromagnéticos y por lo tanto se puede ejercer una influencia mayor sobre la realidad.
4 Newton afirmaba que el tiempo es una constante absoluta e invariable. Justo lo contrario que Albert Einstein en su teoría de la relatividad.