Más allá del paper: ensayo sobre la relevancia del ensayo en Ciencias de la Comunicación

Manuel Goyanes
Universidad Carlos III

Referencia de este artículo

Goyanes, Manuel (2019). Más allá del paper: Ensayo sobre la relevancia del ensayo en ciencias de la comunicación. adComunica. Revista Científica de Estrategias, Tendencias e Innovación en Comunicación, (17), 219-224. DOI: http://dx.doi.org/10.6035/2174-0992.2019.17.14

El ensayo como género literario ha sido tradicionalmente una forma clave en el avance del entendimiento humano. Desde Michel de Montaigne, pasando por John Locke o Georg Lukács, el ensayo ha sido un espacio de discusión fundamental para dar cuenta de las transformaciones político-sociales del mundo. Dentro de nuestro entramado educativo la forma ensayística ha jugado un papel destacado en el desarrollo intelectual de nuestros egresados, al permitir el pensamiento reflexivo y la escritura original y transformadora. Sin embargo, en los últimos años el ensayo ha perdido gran parte de su sex-appeal. Su atractivo como forma específica de narración de las ideas se ha ido marchitando, convirtiéndose en una especie en peligro extinción, tanto para usos políticos como estrictamente académicos.

En campo político, abundan los debates enfangados y tremendamente polarizados, con cadenas, periodistas y representantes de “la voz del pueblo” desenvolviéndose en las arenas de la confrontación como auténticos gladiadores. Son los nuevos profesionales de la retórica y del fast-thinking. Las simples soluciones a los complejos desafíos nunca antes habían sido tratados con tanta charlatanería. Por su parte, el avance del conocimiento o, si se prefiere, la investigación en ciencias sociales, ha ido basándose cada vez más en el artículo de investigación (o paper), hoy institucionalizado como género científico paradigmático. El ensayo, hoy en día, ha sido substituido. Su valor como forma subjetiva y crítica para la presentación de las ideas ha ido reemplazándose por otras más estandarizadas, impersonales y/o objetivas como pueden ser las presentaciones en clase, los exámenes o el propio paper.

En este ensayo reflexiono sobre la importancia del ensayo en el campo de las ciencias de la comunicación. Sostengo que el ensayo, a pesar de no ser el único medio y quizás ni siquiera una de las mejores formas para el desarrollo y desimanación de las ideas, conserva un papel clave en los ejercicios de reflexión en y sobre nuestra disciplina. A través de una poetización del saber o, como diría Ortega y Gasset, una “ciencia sin prueba explícita”, el ensayo permite desafiar las suposiciones dadas por sentadas y contribuir a la exploración y explotación de las transformaciones político-sociales. Mi línea argumental es que el ensayo es todavía un espacio que puede y debe ofrecer contribuciones en el desarrollo político y académico. Y el primer paso para ello es concienciarnos tanto de su uso como forma, como de su relevancia como espacio de reflexión crítica.

El ensayo, más allá de un esfuerzo colectivo, es una forma individual y subjetiva derivada del propio razonamiento, capacidad argumentativa y visión problematizada y problemática del autor (ensayista). El ensayo se enfrenta al statu quo no a través de pruebas explícitas evidenciadas a través de una metodología o sistematización del proceso de construcción del objeto, sino más bien, a través de la opinión no necesariamente sustanciada del autor y, por lo tanto, a través del derecho que ejerce el ensayo para proponer nuevos caminos sin la rigurosidad y pulcritud esperada en otros géneros, como puede ser el artículo de investigación. La forma del ensayo se postula como medio libre de sobrepasar la ciencia académica y, por ende, sus géneros predominantes de la monografía, el paper o la tesis de doctorado.

El ensayo es una forma del yo. El uso del yo como sujeto-autor elimina la abstracción y objetividad del modo pasivo o impersonal y sella el texto con la marca de agua de un sujeto pensante. Los formulismos propios de la prosa científica son relajados, de tal manera que la artesanía y el juego de y con las palabras construyen un estilo narrativo único. El estilo es la esencia de este género, ya que cada ensayo es la representación íntima del pensamiento del autor. Esto no quiere decir que cualquier reflexión, por profunda que sea, tenga forma de ensayo. Nada más lejos de la realidad. Lo que permite el ensayo es el uso del libre discurso reflexivo, lo que incluye modos o formas de razonamiento donde las figuras literarias y diferentes artificios retóricos permiten explorar, desafiar o retar suposiciones dadas por hecho, desbrozar terrenos intelectuales en aguas internacionales o cualificar y de-construir posiciones bien enraizadas.

El ensayo contempla un horizonte que oscila desde la sensación y la impresión hasta la opinión y el juicio lógico. En contraposición a los artículos de investigación, no basa su argumentación en la revisión bibliográfica y, a través de ella, el montaje de un andamiaje que permita añadir o matizar el conocimiento previo. Su forma no tiene por qué relacionarse con la novedad, la relevancia o importancia de lo ya sabido o dicho. El ensayo es abierto y libre, tanto en su forma discursiva como en su temática. Así, puede inspirarse bien en una gráfica, en una pregunta, en un estadística, en una creencia, en una suposición…el ensayo posee la muy libre posibilidad de tratar acerca de todo aquello susceptible de ser tomado por objeto conveniente o interesante de la reflexión, incluyendo privilegiadamente ahí toda la literatura misma, el arte y los productos culturales (como la ciencia misma). El ensayo es impulsado por una lógica exploratoria, una lógica dominada por las preguntas “¿Por qué?”, “¿Y qué?” Y quizás sobre todo “¿Y si?”

Es el género que no niega el arte ni la ciencia: es ambas cosas. El ensayo es rehén de la incerteza, muy al contrario de otros géneros científicos. Por ello, la escritura ensayística exige una relajación, distensión o suspensión de nuestras creencias más profundas. La habilidad del ensayo, entonces, es la de punzarnos, ayudarnos a salir del estado de confort y adentrarnos en las ruinas, dudas y miserias del entendimiento humano. En este sentido, el ensayo se muestra como forma flexible, un objeto de belleza en sí mismo, un texto donde el placer estético se configura como principal característica. El estilo ensayístico sobresale por su originalidad, en un escenario ampliamente burocratizado, así como por su capacidad de crear interés, gusto o disgusto por el modo en que se desarrollan los razonamientos.

El ensayo, nunca pasaría el test de la contribución de un artículo de investigación. Porque la finalidad del ensayo no es la contribución per se, sino el planteamiento de nuevos escenarios de pensamiento y acción previamente abandonados o deliberadamente pasados por alto porque molestan. El ensayo es una transgresión de la ortodoxia del pensamiento cuyo propósito es destapar o alumbrar lo que siempre había permanecido tapado, oscurecido o poco iluminado. De esta forma, el ensayo es un género más que apropiado para el debate académico, pero también para el debate político, al introducir planteamientos que litigian contra el pensamiento y creencias enraizadas socialmente y que los poderes o élites políticas mantienen, alimentan y legitiman. Por ello, el buen ensayo siempre se enfrenta al statu quo, representa una forma de intervención tendente a desafiar el pensamiento establecido y los poderes visibles o invisibles que apoyan el estado actual de las cosas.

Viendo las características, importancia y evolución histórica del ensayo, hoy en día asistimos perplejos a su relativa marginación para su uso académico, pedagógico y también político. En la esfera política el poder del ensayo para modelar la opinión pública ha ido difuminándose y substituyéndose por géneros o formatos de discusión “intelectual” mucho más ágiles, veloces y visuales. Asimismo, asistimos cada vez más a una cultura del espectáculo donde la intelectualidad está cada vez más en manos de grandes hechiceros, amos del discurso cómodo, superficial y plenamente adaptado a las nuevas tecnologías. Es bien cierto también que el ensayo todavía cuenta con reductos culturales creados para su producción, difusión y provecho. Sin embargo, su impacto e influencia (política, económica, científica, etc.) tiende a ser menor más allá del círculo o audiencia que los sostiene. Y todo ello dentro de un entorno comunicativo cada vez más global e interconectado, en el que el narcisismo de las redes sociales, lo efímero, la espectacularización de la esfera pública y la satisfacción inmediata son armas disuasorias que inhiben cualquier género o formato orientado a su consumo o contemplación detenida.

Mientras, en el terreno académico la situación es análoga pero con las particularidades del campo. Si en el terreno político el ensayo ha sido sustituido por formas de influencia mucho más flexibles y espectaculares, en el terreno académico ha ido cediendo espacio a un género hoy hegemónico como es el artículo de investigación. El paper, hoy en día, se ha convertido en la forma de producción paradigmática así como fuente de legitimación científica (Goyanes, 2017; Felici, Rodríguez-Serrano y Gil-Soldevilla, 2018). Sin embargo, su estructura y contenido, cada vez más estandarizados, codificados y formularios difiere substancialmente del ensayo. En primer lugar porque el artículo de investigación debe ser sometido a una profunda revisión por pares. Ello supone, no siempre, una transformación espuria del texto original a través de continuas revisiones. Lo experimental, provocativo y en muchos casos controvertido es silenciado para pasar el test de la “contribución” y así derivar en textos ampliamente conservadores y formularios. Además, normalmente, los artículos de investigación son el producto de la colaboración entre varios investigadores, donde la reflexión y la crítica son sustituidas por la objetividad y la racionalidad. Muy al contrario del sentido experimental del ensayo, donde las idas y venidas, las vueltas de tuerca, lo especulativo y lo inconcluso son signos de su forma, el artículo de investigación desarrolla una argumentación lineal, clara y disciplinada para hacer llegar su contribución cuanto antes. El ensayo, en cambio, es más flexible, no exige claros puntos o secciones, sino más bien, se comporta como un todo, una forma inseparable y continua que demanda una actitud de contemplación y detenimiento.

En el terreno pedagógico, la situación no es tampoco muy halagüeña. Creo que para eso no hace falta que ponga ejemplos. En cualquier caso, el futuro del ensayo como forma parece tener sus días contados. El ensayo, antaño género formal del entendimiento humano e impulsor de las humanidades está en declive. Pero, ¿acaso esto importa? ¿Como comunidad académica dentro de una estructura política y social plural, pensamos que el ensayo todavía tiene recorrido en la carrera por la iluminación de las ideas? ¿Es el ensayo un género que puede ayudar a comprender, explicar y descubrir aspectos de la realidad social y humana que de alguna forma se mantengan ocultos, encubiertos u oscurecidos por una realidad compuesta por ready meals, fast-thinkers, likes y youtubers? ¿El ensayo tiene algo que aportar en un entorno comunicativo cada vez más global, interconectado y vigilado? Mi reflexión a cada una de estas preguntas es que quizás el ensayo no tenga las respuestas. Sin embargo, el ensayo no es una opción, sino una obligación.

Porque el ensayo no tiene las respuestas pero si las preguntas. Porque el ensayo al igual que otra forma de expresión artística no es un antídoto a nuestros problemas. De igual modo que una sonata, una tocata o una poesía, el ensayo no es garantía de supervivencia en un mundo espectacularizado, frugal y superficial. Más bien todo lo contrario. Porque el ensayo exige detenimiento, amplitud y reflexión. El ensayo es un oasis. Un oasis de lógica discursiva y terapia de choque. ¿Acaso esto no es la antítesis de lo que en realidad necesitamos? ¿Es por ello que debemos conformarnos?

Mi respuesta es no. No debemos conformarnos. Porque el ensayo, a pesar de haber perdido parte de su aura como forma de influencia en la opinión pública, pedagógica y académica, todavía es un género que mantiene parte de su relevancia para entender y explorar el entorno comunicativo en el que nos ha tocado vivir. En este sentido, congratulo a AdComunica por su labor en este ámbito a través de la disposición pública de las Tribunas y os animo a continuar por el sendero de la reflexión y la subjetividad donde el ensayo sea la forma fundamental de expresión. Además, animo a otras revistas y/o editoriales a considerar e iniciar nuevos espacios que den voz e impulso a esta forma de expresión como género apto para la representación de las ideas, las provocaciones o el pensamiento rupturista. Ello ayudaría a agitar a las estructuras académicas y proponer nuevos terrenos discursivos alejados de la disciplina e instrucción.

Por otra parte, el ensayo publicado en revistas de investigación sería una forma de corregir la inercia actual, que parece dar por hecho que el género del research paper es el único válido para el desarrollo y legitimación de las carreras científicas. Además, proporcionaría un nuevo espacio para la exploración de temas, ideas o argumentos sin una disciplina, pasos o estructura ampliamente adquiridos y socializados por el establishment. El ensayo, personal, íntimo y especulativo, es una forma en la que las extensas revisiones bibliográficas y las múltiples revisiones a las que deben ser sometidos legítimamente los papers antes de su disposición pública, sería relajados, de tal modo que las opiniones y críticas no serían silenciadas por continuas modificaciones. Los ensayos, como forma no estandarizada y tendente a problematizar lo dado por hecho, deben ser promovidos hasta el punto de que lleguen a ser publicados aunque dividan a los revisores. En lugar de alcanzar un consenso a través de un proceso de revisión interminable, los editores, bajo mi punto de vista, deben ser valientes y arriesgarse en muchos casos a publicar ensayos que no cuenten con el total beneplácito de los revisores. En este sentido, pienso que un ensayo que entusiasma y apasiona a un revisor pero que incomoda o irrita (por sus evidencias, aproximación, narración u organización textual) a los otros dos, puede tener más valor y mérito que aquellos donde el consenso es total. Si aceptamos que en la ciencia no existen normas y valores absolutos, entonces es probable que el buen sentido de juicio sea uno de los mejores sistemas de evaluación (guiado por el desinterés, la intuición y la experiencia de los informadores). Este buen sentido de juicio admite que en muchas ocasiones los experimentos pueden fracasar y que se pueden cometer errores importantes en la evaluación, pero su disposición es la de proponer una subjetividad universal.

Podemos establecer entonces una relación entre ciencia y arte. En las ciencias sociales o naturales existe el problema de determinar qué es ciencia y qué no, así como evaluar su calidad. Del mismo modo, la demarcación de lo artístico no ha sido resuelto satisfactoriamente, ya que todavía se discute sobre los criterios fundamentales para señalar una obra de arte. Este buen sentido de juicio de los revisores podría ser análogo al buen sentido de juicio que establecen los comisarios de museos cuando apuestan por obras cuyos méritos no pueden ser todavía racionalmente determinadas. Sin embargo, su experiencia e intuición les lleva a apostar por ellas aunque puedan finalmente equivocarse y fracasar. Los editores y revisores como descubridores de la innovación y originalidad deben actuar con diligencia. Asimismo, también deben asumir riesgos a la hora de incentivar ensayos que problematicen lo dado por hecho.

La re-consideración del ensayo como género para la publicación en revistas exige, bajo mi puno de vista, una profunda revisión del proceso de revisión por pares ciego. Porque el ensayo requiere una relajación, flexibilización o anulación de los preceptos básicos por los que se considera un texto como científico (porque no lo es). Este proceso de revisión debe ser por tanto transformado y adaptado a las necesidades de la forma del ensayo y, por ello, ha de distanciarse de la estandarización tradicional de la revisión por pares ciega. Es así como la forma del ensayo debe crear interés por su escritura, por su belleza, por su punzada, por su amplitud. Un ensayo sin estas cualidades, un ensayo aburrido, un ensayo tediosos, un ensayo monótono y lineal, un ensayo conservador, un ensayo políticamente correcto, un ensayo trivial y un ensayo obvio, son razones lo fundamentalmente importantes como para rechazarlo.

Mis esfuerzos por reintroducir el ensayo en la arena académica luchan en desventaja frente otros géneros mejor y más asentados en los círculos científicos. Es por ello que, a pesar del interés de muchos stakeholders en promover y habilitar espacios para su producción, fomento y valoración, lejos estamos de la utopía de la libertad de pensamiento que proporciona la forma ensayística. Su fomento y expansión como forma es poco probable. Sin embargo, no es por ello que debamos desistir en el intento. En un mundo ampliamente estandarizado, formulario y burocratizado, la belleza, la naturaleza estética, y la amplitud del ensayo nos permite reflexionar, profundizar y habilitar senderos cubiertos por la mugre. El ensayo, como representación de la lógica, la imaginación y la sorpresa, debe formar parte de nuestras discusiones académicas. Suerte al ensayo. Larga vida al ensayo!

Referencias

Marzal Felici, Javier; Rodríguez Serrano, Aaron y Gil Soldevilla, Samuel (2018). Introducción. Reflexiones en torno a la naturaleza y a la calidad de la investigación en comunicación. Investigar en el contexto de la expansión del pensamiento neoliberal. En: Rodríguez Serrano, Aaron y Gil Soldevilla, Samuel. Investigar en la era neoliberal. Visiones críticas sobre la investigación en comunicación en España. Barcelona, Bellaterra, Castellón y Valencia: Universitat Pompeu Fabra, Universitat Autònoma de Barcelona, Universitat Jaume I y Universitat de València, Collecció Aldea Global.    

Goyanes, Manuel (2017). Desafío a la investigación estándar en comunicación. Crítica y Alternativas. Barcelona: Editorial Universitat Oberta de Catalunya.